9. DIA SEGUNDO. LINZA - LABEROUAT. SEGUNDA PARTE

Nuestros senderistas se hicieron el ánimo y entraron en Francia. Comenzaron la bajada del collado de Petrechema. Poco a poco se metieron en la nube. El objetivo ahora eran las cabañas de Ansabère. Estaban a un escaso kilómetro y pico de las cabañas, pero había que superar más de 500 metros de desnivel hacia abajo. El descenso era bastante peligroso para nuestros senderistas huevones. Comparada con esta senda, la terrible bajada del Txamantxoia era un juego de niños. Una vez dentro de la gran nube, no se podía ver más que unos pocos metros por delante. Esto ayudó un poco porque la bajada dio menos miedo que si hubiera estado despejado. El culo de nuestros caminantes toco el suelo varias veces y los palos fallaron también alguna vez, pero no hubo percances.

Había algo de nieve en los neveros pero no afecto a la ruta. Hubo que tener mucha paciencia e ir muy poco a poco para conservar algo de seguridad. Gilbert y Kiko se cruzaron con algunos franceses, con edad media de 70 años o más que subían muy acalorados la senda casi vertical. Nuestros héroes les dijeron donde iban y nos les entendieron. El problema era de pronunciación. Decían Laberouat tal y como suena y deberían decir "Labegruá". Por fin lo consiguieron y aquellos comprendieron hacia donde se dirigían nuestros campeones. Les dijeron que les quedaba un largo camino. Para ser la primera vez que practicaban el francés no estuvo tan mal.

La bajada continuó y cada vez se oían más cerca los mugidos de las vacas. Eso era buena señal, ya que significaba que la pendiente se suavizaría pronto, porque ni a las vacas se les ocurriría ir por esos caminos tan empinados y donde no crecía ni una brizna de hierba en medio de esos pedregales. Se estaba cerca del final.

Haciendo muy buena letra y con las puntas de los pies doloridos de Gilbert llegaron hasta las cabañas de Ansebère. El sitio es muy mágico, ya que detrás de las cabañas están las famosas agujas de Ansebère. Lástima para nuestros senderistas, que no pudieron verlas porque estaban rodeados de una espesa niebla.
   
Las cabañas de Ansabère son un par de construcciones de piedra pizarra, algo hechas polvo, que se alzan en el fondo de un empinado barranco, en medio de una era, que normalmente está llena de vacas en verano. En invierno la zona está totalmente nevada y allí no aguanta nadie. En el porche de la casa estaba sentado fumando el pastor de las vacas. Tenía una cara llena de arrugas, de esas que hace al que las lleva parecer 200 años, aunque en realidad el hombre podría tener cualquier edad.

En la viga de la puerta de la cabaña había una inscripción, "Villa des privés d'amour". Kiko preguntó al pastor por la inscripción y con su cara lo dijo todo. El pastor hablaba una mezcla de francés y castellano y se hacía entender bastante bien. Comentó que para vivir en esa cabaña perdida del mundo lo normal era estar privado de amor. Él pasaba los veranos en la cabaña haciendo y vendiendo queso a los senderistas y en invierno bajaba al pueblo con las vacas y los quesos ya curados. Estaba todo lleno de vacas y alrededor de él dormitaban 3 perros gigantes. Ninguno de los perros movió un músculo durante todo el rato que nuestros senderistas estuvieron delante e la cabaña. Kiko y Gilbert llenaron sus cantimploras de agua, se despidieron del pastor y siguieron su camino.

Una vez pasada la cabaña el camino se transformó por completo. Venía una pista forestal que adentraba en un gran bosque húmedo. A partir de aquí el camino se suavizaba bastante, aunque la pendiente se mantenía bastante alta. La pista forestal iba al lado de un torrente adentrándose en el valle hasta pasar el puente de Lamary, a partir del cual la ruta pasaba a ser una carretera asfaltada. Aquí ya se veía civilización. Varios coches aparcados de senderistas o montañeros, cada vez más campos sembrados y por fin la bucólica campiña francesa. La niebla se había despejado y el sol pegaba fuerte. Tras 5 kilómetros de aburrida carretera, un camino a la derecha devolvió a nuestros caminantes a su estado natural, el piso de tierra.

Esta vez el camino era fácil, una ancha pista forestal llevó a nuestros ya un poco cansados caminantes hasta otro bucólico lugar, el plateau Sanchese.
   
El plateau Sanchese es una gran explanada que se ha formado alrededor de un riachuelo en el fondo un valle al pie de los Pirineos franceses. Estaba lleno de vacas y caballos, y algunos turistas. Al fondo del valle había una cascada bastante espectacular. Había una especie de campamento de la policía haciendo prácticas de descenso/ascenso del salto de agua. Gilbert y Kiko cruzaron el rio y pararon un rato a comer algo. La ruta del día les había costado bastante más de lo esperado, pero ya quedaba poco. Según el gps solo faltaban 3 kilómetros con un desnivel de 300 metros para llegar al objetivo, el refugio de Laberouat. Algo que parecía asequible después de la paliza que se habían pegado aquel día.
   
El ascenso al Laberouat era una senda. La niebla volvió a bajar y la humedad era terrible. La senda discurría por el medio de un bosque de alta montaña.

Se puso a llover. Al principio había que sortear tramos del camino que estaban embarrados por el paso de caballos salvajes. Estos animales también utilizaban la senda para ir desde lo alto de la montaña al prado a beber, comer y confraternizar con los de su raza. Con cuidado, nuestros senderistas evitaban las zonas más embarradas.

Poco a poco las zonas con barro fueron haciéndose más y más grandes, hasta que el camino se convirtió en un auténtico lodazal. Las huellas de los caballos tenían una profundidad de más de un palmo y las botas de nuestros caminantes pesaban más de un kilo cada una por el barro que llevaban pegado. Se buscaron trayectos alternativos pero fue imposible. Todo el terreno estaba igual. Enmedio de un bosque, muy enfadados por el estado del camino (sobre todo Kiko), con barro casi hasta las rodillas, lloviendo y con niebla, solo faltaba que David el gnomo apareciera arriba de una piedra llena de musgo y se riera de ellos.

De repente se oyeron voces como si en vez de un bosque, estuvieran en el patio de un colegio. Anduvieron unos pasos y se encontraron en medio de un campamento de niños. Ellos dijeron a Gilbert y Kiko cómo llegar al refugio, porque no se veía nada de nada.

En un minuto llegaron el refugio. Cansados, enfadados y embarrados.
   
El refugio de Laberouat era muy grande y estaba muy bien acondicionado. La cerveza era barata para ser un refugio de montaña (a 2 €). No había cobertura, como en toda la ruta, pero sí wifi gratis. Hacía 2 días que no comunicaban con la familia y aprovecharon internet para decir que seguían vivos. 

La persona que llevaba el refugio era un tipo muy majete. Era Gaditano pero se había pasado los últimos años en Canarias. Ahora se dedicaba al mantenimiento de pistas de esquí en invierno y a llevar el refugio en verano. La pareja de Bilbao había llegado un poco antes y los madrileños llegaron mucho después. Estos últimos habían optado por la ruta A y parece que les costó una vida hacer el trayecto.

Con una buena ducha y unas pocas cervezas se les pasó casi todo el cansancio y la mala leche a nuestros caminantes. 

La cena fue en familia. Los de Bilbao, que por cierto, se llamaban Bruno y Maite, los de Madrid, los de Castellón (los nuestros) y 4 o 5 más que no supieron de donde eran. A mitad de la cena, mientras tomaban una especie de pollo con arroz francés, uno de los de Madrid se puso azul y se levantó asustado. Uno de los de la cena era médico y lo cogió desde atrás y la hizo la maniobra esa que sirve para eliminar trozos de comida que se quedan en la tráquea. Como en las películas, un trozo de pollo salió disparado de la boca del madrileño, salvándole la vida. Fue un minuto de tensión que acabó bien. Después todo risas y buen rollo.

Tras la cena, una buena conversación y a dormir. Esta vez la habitación era un poco más pequeña que la del día anterior. Había dos literas, una para los de Bilbao y otra para Kiko y Gilbert. Kiko andaba un poco mosca porque la distancia desde la litera de arriba y el techo (abuhardillado) era de cuatro palmos por la cabeza y de dos palmos por los pies, pero como andaba agotado, cayo dormido en un segundo.

El agotamiento era general y se durmieron todos pronto.


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