7. DÍA PRIMERO. BELAGUA - LINZA. SEGUNDA PARTE

En la cima del Txamantxoia había un montón de gente haciéndose fotos. Todos, salvo Gilbert, Kiko y la pareja que les acompañaba, habían subido desde el refugio de Linza (hacía donde iban nuestros caminantes). Había un grupo numeroso con perros y niños, algunos descalzos, a los que nuestros senderistas les pusieron el sobrenombre de “los hijos de Tarzán”. La verdad es que daban esa sensación.

A la cumbre, por el lado por el que subieron Gilbert y Kiko se ascendía suavemente, pero por el otro lado, el lado de Linza, la subida era superbestial. Esa era la que ahora tenían que bajar nuestros senderistas.

Kiko y Gilbert miraron hacia abajo y les entró vértigo. Kiko creyó ver una senda que, a través del cortado iba hacia la derecha. El gps marcaba que la bajada iba directamente de la cima hacia un peñasco por un puente natural tipo “el paso de mahoma”. Desde el peñasco no se veía salida posible, tanto por las piedras sueltas como por la pendiente. Evidentemente no había señal alguna de camino. Es como si le hubieran colocado el gps a una cabra, le hubieran dado una patada y después hubieran publicado el track.

Tratando de buscar alguna solución hablaron con uno del grupo de los hijos de Tarzán, que por cierto iba descalzo, para ver cómo habían llegado hasta allí. Este les dijo que ellos habían subido por una senda que acababa un poco más atrás pero pensaban bajar por el despeñadero. Estimando su vida en lo que valía, Kiko y Gilbert, tras unas fotos para documentar la hazaña, desandaron un poco su camino buscando la senda por la que subieron los de Tarzán.

Tras 100 m. de búsqueda, nuestros senderistas encontraron una senda (camino evidente) que parecía que bajaba con muchísima pendiente. Esta senda bajaba paralela a la subida a la montaña, con lo que al cabo de un rato de caminarla se uniría a la que hipotéticamente marcaba el gps. Con gran cuidado, nuestros caminantes abordaron la superbajada, cada uno con dos palos, resbalando cada vez que ponían un pie delante de otro. Era como si se anduviera por un camino totalmente inestable y resbaladizo. A la derecha se podía tocar la montaña con la mano y a la izquierda mejor no mirar para no despeñarse.

Kiko y Gilbert andaban un poco agobiados y con mucho cuidado cuando de repente empezaron a oír chillidos y a sentir que caían piedras desde arriba del Txamantxoia. Los hijos de Tarzan estaban bajando al recto directamente desde el pico. Con un par de gritos nuestros senderistas les avisaron que estaban allí abajo y que pararan un momento porque su bajada estaba produciendo un alud de piedras que les caían todas encima y acabarían al fondo del barranco. Estos trataron de parar en medio de la pedrera en la que estaban, entre niños asustados y padres que obligaban a bajar al personal como si estuvieran esquiando. Los nuestros pasaron y los otros siguieron como pudieron.

Al cabo de un rato de padecimiento la pendiente se suavizó un poco y se pudo avanzar más rápido. El pedregal fue dando paso a un bosque frondoso donde nuestros caminantes dejaron pasar a los hijos de Tarzán que venían con sus niños y sus perros (no los contamos pero pareció que ninguno se había quedado despeñado por el camino).

Realmente este peligroso camino no sería el último que nuestros héroes se encontrarían en toda la ruta de las Golondrinas. Hubo de peores pero la experiencia les valió a los nuestros para afrontar los peligros de una manera más natural, sin tanto susto. De todas maneras el acojono no se lo quitaron en ningún momento del viaje.

Aunque ya estaban cerca del refugio, Gilbert y Kiko pararon a comer dentro del bosque sentados en un árbol caído. Gilbert iba bastante mal de los pies. La bajada tan pronunciada le hacía que los dedos de los pies tocaran la punta de la bota por dentro y le dolía bastante. Las botas le iban un poco justas. Hacía calor y la humedad del bosque aún daba la sensación de más calor. Un zumito y un sándwich sentó de maravilla a sus estómagos bastante vacíos. 

Una vez acabaron de comer, poco a poco por el mal de la bota de Gilbert llegaron a destino a media tarde.

El refugio de Linza está al final del valle de Ansó y dentro del parque natural de los Valles Occidentales, en la provincia de Huesca. Es un refugio grande, supermoderno y es casi más un hotel que un refugio. Se puede llegar en coche y, de hecho, cuando nuestros senderistas llegaron andando, el aparcamiento estaba lleno de coches y autocaravanas. 

El refugio estaba lleno de vascos y el euskera era casi su lengua oficial, incluso del personal que lo llevaba. Allí volvieron a ver a los manchegos, que resultaron ser de Madrid y a la otra parejita, que eran de Bilbao. Los nuestros cambiaron mentalmente el nombre de “los manchegos” por el de “los madrileños”.

Gilbert y Kiko se dieron duchita en unas instalaciones comunes decentes para luego, más relajados, tomar unas cuantas cervezas a precio de refugio (no muy baratas), Nuestros caminantes pasearon por los alrededores del refugio. Vieron allá arriba el escarpado pico del Txamantxoia que parecía mentira que hubieran bajado hacía un ratito.

Volvieron al refugio y estudiaron la ruta del día siguiente. En este caso decidieron hacer la opción corta porque la larga era demasiado dura para ellos tras ya un día de penalidades. A medida que se acercaba la noche, el refugio se iba quedando más vacío, pero aun así fue mucha la gente que se quedaría a dormir. Más de 50.

Gilbert y Kiko cenaron con unos vascos que les dijeron por donde tenían que ir al día siguiente y algunas pautas para no perderse. A la hora de dormir, cuando Gilbert y Kiko entraron a la habitación no se oía ni una mosca, aunque dentro había más de 20 personas durmiendo. Más de uno tendría recuerdos de esa noche después de los ronquidos con los que seguro que nuestra pareja les obsequió. A los 5 minutos de dormir, Gilbert despertó a Kiko para que no roncara y, tras otro ratito, Kiko despertó a Gilbert por lo mismo. Después ya ninguno de los dos se acuerda de nada.

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