11. DIA TERCERO. LABEROUAT - LA PIERRE SAINT MARTIN. SEGUNDA PARTE

Una vez llegaron nuestros senderistas al pas d'Azuns se encontraron en una sombra a Bruno y Maite, los de Bilbao, con un bocata en la mano. Aprovecharon y almorzaron con ellos. La subida más importante estaba hecha y, según los organizadores de las Golondrinas, ahora solo quedaba llanear. Nadie decía nada que llanear también se puede hacer cuesta arriba y con un firme francamente desastroso.

Aquí empezaba la zona kárstica. Un inmenso pedregal lleno de trampas y barrancos se desplegaba al pie de nuestros senderistas. Grandes agujeros llenos de piedras que se producían por el deshielo cuando deshacía la piedra caliza y la filtraba a las profundidades. Mucha caliza erosionada, con agujeros y filos cortantes. Mucha piedra suelta en las pedreras. Kiko andaba en silencio y un poco enfadado consigo mismo. Se ponía nervioso con tanta piedra y con tanto andar con cuidado. No había que mirar abajo, que la caída se presumía larga.

El camino bordea una línea de riscos con un desnivel importante. De repente al frente se encontraron con un peñasco que les tapaba todas las salidas. Era un espolón de la montaña que había que superar. Era el famoso pas d'Osque, un paso complicado a casi 2.000 metros de altitud. Esto era pan comido para nuestros héroes, que ya no tenían miedo a nada, o por lo menos eso querían pensar.

Llegaron al paso y no encontraban la forma de seguir, hasta que mirando hacia abajo encontraron un cable de acero puesto allí para ayudar a “destrepar” unos metros. También se tuvo la inestimable ayuda el Bruno, el de la parejita de Bilbao, que les guió donde ir poniendo los pies para no caer al vacío. En la preparación de la ruta, Gilbert había encontrado un video en youtube del paso de pas d'Osque en plena tormenta. Daba miedo. Aunque esta vez hacía buen tiempo, no fue nada fácil pasar este accidente. Quizá se podría decir que este fue el momento más delicadito de toda la ruta. De todas maneras tampoco fue para tanto. Un pie delante de otro y se llega a todos los lados.

Con una senda muy trabajosa se siguió la zona kárstica hasta que de pronto, subiendo, subiendo, se llegó a un llano hecho artificialmente con un gran y supermoderno edificio delante. Nunca se hubieran imaginado nuestros senderistas que se encontrarían algo así en medio de la nada. Era el final de un forfait de las pistas de esquí de La Pierre Saint-Martin.

En ese momento, vistas las condiciones físicas y psíquicas, nuestros senseristas hicieron una pequeña pillería. Aprovecharon la pista de esquí, ahora de tierra,  para desviarse del GR10 y llegar más cómodamente a la estación de esquí alpino, lugar donde estaba el refugio de Jeandel. Así se ahorraron bastantes metros de camino y alguna que otra dificultad. Nuestros caminantes iban por el medio de la pista de esquí, por cierto bastante empinada, pero sin ningún accidente geográfico a superar. Se perdieron un poco al llegar a la estación de esquí pero rápidamente vieron el refugio y fueron hacia él. Por el camino pasaron al lado de una casa donde dormitaban dos cerdos gigantes de varios cientos de kikos. Uno abrió un ojo al oír a los nuestros, pero movió pocos músculos más. Por descontado se les hizo una foto que se envió a los correspondientes grupos de whatsapp. Cuando hubiera cobertura, llegaría a su destino.

Justo a la llegada al Refugio de Jaendel, nuestros caminantes se encontraron con los de Bilbao. No les habían visto desde el pas d'Osque. Ellos andaban más rápido que los nuestros pero hacían más paraditas para descansar. Además no hacían trampas andando por el medio de las pistas para ahorrar algunos metros. Nada más llegar el refugio, Antonie, el que lo llevaba miró los brazos y las piernas de Gilbert, Kiko, Bruno y Maite  por si teníamos granitos. Después, al ver que andaban cansados abrió cuatro cervezas frescas que sentaron de miedo a los senderistas. Evidentemente luego las cobró a precio de oro.

El tal Antonie era un tipo muy simpático pero bastante nervioso. Hizo que todo el mundo que llegaba el refugio por el GR-10 sacudiera sus sacos de dormir antes de entrarlos a la habitación. Las mochilas no podían entrar en el refugio y habría que dejarlas en una especie de leñero lleno de arañas. Andaba un poco obsesionado con los granitos de la gente. Nuestros caminantes pensaron que estaba un poco tocado del ala. La verdad que para llevar un refugio de montaña hay que estar un poco así. Si no, no se aguanta.

Al final se descubrió el pastel de porqué tanto lio con los granitos y tal. Resulta ese verano todo el GR10 tenía problemas con las chinches. Si no aparecían en un refugio, aparecían en el otro. Parece que estas grandes rutas de montaña suelen tener problemas de insectos en verano. Los bichos aprovechan las mochilas y las ropas de los senderistas y se van con ellos a "colonizar" otros refugios, con lo que, por mucho que un responsable de un establecimiento desinsecte cada poco tiempo, nadie le asegura que venga un turista de otro lugar y vuelva a infestar las habitaciones otra vez. Antonie contó a Kiko y Gilbert que hacía un par de semanas que había desinsectado todo su refugio. Había tenido que cerrar cinco días y buscar realojamiento de sus reservas a otros refugios. Y que un par de días antes le habían contado que en el refugio de Laberouat (del que venían los nuestros) habían aparecido chinches otra vez. Kiko y Gilbert le contaron al refugiero que en Laberouat no les habían dicho nada y que ellos no habían notado ningún picotazo o mordida.

El edificio del refugio de Jaendel estaba un poco manga por hombro pero tenía su encanto. Estaba forrado por dentro de madera y estaba decorado con esquís y otros instrumentos de escalada y hielo que tenían más de 100 años. Como decía algún famoso explorador moderno, en los deportes de montaña y aventura se ha pasado de acarrear varios kilos de material superpesado a transportar hoy en día varias toneladas de material superligero. Toda una paradoja.

Por lo demás, el edificio tenía wifi y las habitaciones estaban bastante dignas. Más o menos al nivel de la del refugio anterior. Una cama de matrimonio y una litera dieron cobijo a los nuestros y a los de Bilbao. A Kiko le volvió a tocar la litera de arriba, pero esta tenía un poco más de espacio desde el colchón hasta el techo y no le dio tanto yuyu.

Kiko seguía un poco débil de cabeza. Estaba afectado por el ataque de ansiedad de la mañana y el estrés del camino que, aunque parezca mentira, cansa muchísimo más por tener que obligar al cerebro a ir pendiente de cada piedra que se mueve, por cada barranco que se pasa y por cada vez que se mete el palo en un agujero y hay que hacer equilibrios para no caer. Por todas estas razones esa tarde decidió no beber las cervezas de hidratación y relajación y hacer una cura de agua. Menos mal que Gilbert mantuvo el pabellón alto en cuestión de cervezas.

El refugio de Jaendel está en un alto con la estación de esquí a sus pies. Las vistas son espectaculares y la puesta de sol y el amanecer son dignos de ver. Hay una especie de terraza donde nuestros caminantes se apoltronaron para dejar pasar los minutos viendo el atardecer antes de cenar. Uno con un agua y el otro con una cervecita.

En el refugio había una veintena de personas, que cenaron juntas a una hora prudente y a dormir prontito.

Los madrileños llegaron supertarde, ya de noche, Parece que su ruta se les atragantó un poco. Dijeron que fue muy dura. No habían tenido mucho problema en pasar por los neveros sin crampones pero la bajada del Pic de Anie fue un poco lenta y peligrosa, y por supuesto que mucho calor.
Lo de las chinches no dejo del todo tranquilos a nuestros senderistas. Miraron bien las camas, los colchones y todo lo que podría ser un escondite para estos insectos. Durmieron un poco a la defensiva y bastante tapados, aunque hizo bastante calor dentro de la habitación.



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