5. LA APROXIMACIÓN

Por fin llegó el gran día de la salida hacia la ruta de las Golondrinas. Era finales de julio y hacía mucho calor.

Había que ir desde Benicàsim al pueblo navarro de Urzainqui, primer destino donde los senderistas iban a dormir. La distancia a recorrer en coche era de 525 km. Según el navegador del móvil el tiempo de viaje era de 5 horas y tres cuartos. Para nuestros pisahuevos, en tiempo fue de 6 horas y media. Parece que los senderistas huevones iban igual de lentos en coche que a pie. Es que cuando uno nace lento...

La hora convenida para salir fue las 9 de la mañana. Gilbert ponía el coche y Kiko la conducción. Siguiendo con su mentalidad previsora, Kiko y Gilbert llenaron el coche de bolsas de material que a lo mejor usarían o a lo mejor no. En la bolsa y la mochila todavía había cosas repetidas para decidir en el último momento qué llevar y qué no llevar. Todo dependía del tiempo, de lo que contaran los de la organización y del nivel de riesgo que cada uno quisiera asumir.

Iban a parar en Calamocha a almorzar pero se les pasó el pueblo sin encontrar nada interesante. Había que encontrar un bar con fácil acceso, con buena pinta y con coches y camiones aparcados que certificaran que lo que se comía dentro era bueno. Mirando a un lado y al otro buscando el bar ideal se acabó el pueblo.

Al final pararon en Burbáguena, pueblecito donde almorzaron un bocata (un gran bocata) de jamón. Había gente en el bar y se respiraba buen ambiente. Preguntaron al dueño del bar si les podían hacer un bocadillo y la primera respuesta fue un “no” rotundo. Seguramente la falta de costumbre de tener el bar lleno le tiró un poco para atrás. Cuando llega el verano los veraneantes vuelven a sus orígenes y llenan los bares de los pueblos, con lo que los camareros van de culo.

Pasados unos segundos, viendo la cara de pardillos de nuestros senderistas, el dueño del bar ya les preguntó de qué querían el almuerzo y todo fue sobre ruedas. A pesar de su gran tamaño, el bocata entró perfectamente y nuestros excursionistas pudieron seguir camino. Tras el abundante almuerzo no se planteó el parar para comer, sino que del tirón se llegó a destino.

Urzainqui es un pueblo navarro de montaña, encajado en el valle del Roncal y atravesado por el río Esca. Gilbert y Kiko localizaron rápido el albergue donde iban a pernoctar esa noche. Allí conocieron a una de las chicas de la organización, que también gestionaba el albergue. Era maja y parecía que no recordaba las presiones de Gilbert en cuanto a la solicitud de información para el viaje. Les trató con cortesía y buen humor.

Antes que nada, Kiko y Gilbert se tomaron unas cervecitas en una terraza al lado del río. Como todo el mundo sabe, la hidratación es muy importante en cualquier ruta que se precie. La tarde fue de concentración y preparación psicológica para los cuatro días que se avecinaban. La cena estuvo muy bien. Ensalada muy bien ilustrada y original, pechuga con tomate y postre, todo regado con una botellita de buen vino. Cafetito y pacharán.
Durante la tarde, llegaron al pueblo unos moteros franceses que querían dormir pero necesitaban un garaje para guardar las motos. Eso allí no existía así que se tomaron unas cervezas y se fueron. También vinieron una pareja de chicos que cenaron en el mismo bar que nuestros senderistas.

Después de la cena, nuestros protagonistas dieron una vueltecita. Tardaron 3 minutos, ya que el pueblo no llega a los 100 habitantes, pero por lo menos estiraron las piernas. Urzainqui tenía una iglesia románica muy bonita y 2 bares. El paseo no se pudo considerar ni como calentamiento para el día siguiente.

En esa noche se decidieron varias cosas. Por un lado Kiko llevaría botas en vez de zapatillas. Por otro, se trató una vez más de eliminar todo el peso superfluo. Como daban buen tiempo para los 4 días siguientes, se eliminaron chubasqueros, capas, ropa de abrigo aun a riesgo de encontrarse con problemas en la alta montaña, que siempre es impredecible. Nuestros inconscientes amigos valoraron el peso en la espalda contra la incertidumbre sobre lo que pasaría y tomaron decisiones, algunas conservadoras y otras claramente arriesgadas. Las mochilas, sin agua rondarían los 7 kilos. Con agua, 9. Rezaron a los dioses para que no lloviera, no hiciera frío, no cayeran tormentas, no pisaran nieve y no se les rompieran los pantalones. Si algo de esto pasaba, alguna dificultad añadida habría en la ruta.

La habitación donde durmieron esa noche era pequeñita y con una litera. Los caminantes, su ropa y sus botas y zapatillas cabían en la habitación a duras penas. Kiko durmió arriba, como le tocaría durante toda la travesía, y Gilbert abajo. Se durmió bien. Los viajes largos en coche también cansan.

A la mañana siguiente la temperatura era muy agradable, quizá demasiado calor para el lugar donde estaban, a 700 y pico metros de altitud. Una vez vestidos, aseados, desayunados, fueron al coche que les llevaría al lugar donde empezaba la ruta.

Justo antes Gilbert fue a la fuente a cargar agua. Allí se encontró con los dos chicos de la noche anterior. Llevaban mochilas en el coche y al darles los buenos días notó que hablaban con cierto acento del sureste (Albacete, Murcia o algo parecido).

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