4. LA PREPARACIÓN FÍSICA

Un tema fundamental para nuestros senderistas siempre fue la preparación física.

La cuestión de la puesta a punto era muy importante, sobre todo porque la base de partida era bastante decepcionante. Dos maduros cincuentones cerveceros con evidente sobrepeso (uno más que el otro), acostumbrados a caminar por montañitas en excursiones casi siempre de un día, tenían un par de meses para transformarse en dos senderistas semiexpertos con capacidad para resistir 4 etapas seguidas de media-alta montaña con un muy considerable desnivel sobre un terreno hostil con mucha inestabilidad. El tema no era fácil pero la preparación iba a ser programada y concienzuda.

A causa de unas tardías nevadas de mayo, la ruta se programó para un mes más tarde del inicialmente previsto, que pasó de finales de junio a finales de julio. Había un paso de entrada a Francia que estaba impracticable a causa del hielo y había que esperar a que la nieve se fundiera un poco. Este inconveniente daba un mes de respiro para aumentar el entrenamiento de nuestra pareja. Como era de esperar, al final lo que pasó es que el entrenamiento empezó un mes más tarde con lo que realmente no se ganó nada (incluso se perdió).

Nuestros héroes estaban medianamente preparados para hacer rutas cortas, sin un gran desnivel, con zapatillas de montaña y sin mochila. La costumbre de Gilbert y Kiko era de salir todos los domingos a "hacer montaña" unas tres o cuatro horas, alguna carrera de montaña de la multitud que se celebran en la provincia (pero en modo huevón), y algún fin de semana de 60 kilómetros para la subida al pico de Penyagolosa. La forma era aceptable pero escasa.

Para conseguir una forma más adecuada al ejercicio que iban a practicar, nuestros senderistas necesitaban fortalecer algunos puntos que tenían un poco dejados. El primer paso era calzarse unas botas relativamente buenas y llenar una mochila y, con esta nueva indumentaria, hacer unas cuantas rutas un poco más largas de lo normal. 

El entrenamiento serio iba a comenzar a primeros de junio, pero los caminantes no contaban con tres problemas fundamentales. Estos eran la calor, la calor y la calor. La base de la preparación se realizaba en los alrededores de la ciudad de Benicàssim, donde un largo paseo marítimo fortalecería las  piernas para caminar en plano y la cercana sierra del Desierto de las Palmas fortalecería las piernas para las subidas y bajadas.

En aquella tórrida época del año, las montañas cercanas a Benicàssim eran un auténtico horno y se aprovecharon muy poco para entrenar. Sólo alguna salida corta a las 6 de la mañana. El resto de preparación fue de "paseos" a la orilla del mar cuando caía un poco el sol de la tarde. No se podía hacer más. Se era consciente que la preparación era escasa y nuestros senderistas se autoengañaron pensando que la Ruta de las Golondrinas tampoco era una excursión para superhombres superpreparados. Se supuso que con una preparación ligera ya era suficiente. Había que mantener la autoestima y la moral bien alta, aun a costa de no contarle al cerebro toda la verdad.

En cuanto a la alimentación, esta no se tuvo en cuenta para entrenar. El consumo de cerveza siguió con su nivel habitual, quizá un poco más elevado por causa del calor. Y la ingestión de grasas no sufrió ningún cambio sustancial.

Así, con un estado físico y un hábito alimenticio relativamente razonables y una moral altísima, nuestros senderistas iban a abordar una aventura en unas condiciones que, al menos desde fuera, parecía que serían suficientes.

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